Una lanchita en Laguna Larga Michoacán, me dejó un mensaje.
Visitaba Los Azufres con mi amiga Maribel, donde además de despedir el mes y un ciclo laboral, aprovechábamos para ponernos al tanto de nuestras vidas, tras un año y medio sin vernos.
Como parte del plan alquilamos una barquita durante una hora, nos abrochamos los chalecos salvavidas y montamos el bote.
El inicio de la experiencia.
Aunque ya había tenido una experiencia similar en un kayak sobre el mar, esta vez, a unos minutos de partir y por más que lo intentamos, llegamos a un punto en el que no avanzábamos.
La primera media hora nos pareció gracioso que la lancha girara sobre su propio eje al mismo tiempo que salpicábamos agua por todos lados en nuestros intentos fallidos por retomar la dirección.
En ese punto gritarle al encargado no era opción, pues era sordo mudo.
Nuestra lanchita mensajera.
Y así, en medio de la laguna, no conseguíamos llegar al otro lado. Ni para atrás ni para adelante. Nos dolían los brazos, y aunque hacía frío, mi espalda ya estaba empapada de sudor.
Me empecé a estresar y a decir disparates. Por mi mente pasó que en algún momento tendríamos que pedir a alguien que nos rescatara o ya en un escenario muy extremo, lanzarnos a la laguna y nadar hasta la orilla.
Pero de pronto, el cansancio provocó que dejáramos de remar. Nos rendimos. Sucumbimos ante el viento y cedimos a su fuerza caprichosa.
La vista en medio de la "crisis"
Además de alborotarme el cabello, la quietud me permitió disfrutar del leve oleaje, del sonido del agua, del silencio de la naturaleza, de la charla con mi amiga Maribel y de la oportunidad para tomarnos fotos en medio del hermoso paisaje que ofrecía la laguna envuelta en el bosque.
Ya más relajadas, cada quien sujetó su remo e intentamos coordinarnos, entender el rumbo que tomaba la lancha si nos movíamos de tal o cual forma.
Y así continuamos hasta llegar nuevamente al borde y pisar tierra firme.
Hoy esa lanchita me recordó que a veces se nos plantan acontecimientos que nos mueven de lugar, que nos llevan a sitios inesperados, incluso a donde no deseábamos, pero que también son necesarios. Y lo único que hay que hacer es dejarlos fluir.
Hay momentos en los que ciertas certezas como tener un trabajo o una relación, caducan; y nos aferramos a remar contracorriente, en intentos desesperados por anclarnos a las seguridades, sin darnos cuenta que al hacerlo sólo conseguimos fatigarnos.
Lo que pasó en Lagua Larga fue por demás oportuno. Ese día abordar ese pequeño bote lo tomé como una invitación a aceptar lo que no puedo cambiar, a que en ocasiones a la vida simplemente hay que abrirle paso para que circule como se le pegue la gana, sin meter las manos. A cambio, puedes apreciar mejor el paisaje y disfrutar de lo que está sucediendo.
Algo así como "Lo que es, es" (palabras del padre Alejandro, un fraile dominico a quien admiro por su sabiduría y carisma). Así es como hoy leo aquel acontecimiento en la barquita.
Un rato después, Maribel y yo nos metimos al restaurante frente a la laguna. Mientras bebíamos café calientito, un agüacero embellecía la vista. Nos carcajeamos al imaginar nuestra pequeña crisis a bordo de la lancha bajo ese escenario.
Al final concluimos que lo que nos pasó, igual que como ocurre en la vida, terminó siendo una de las mejores experiencias de ese viaje.
Vista panorámica de la Laguna Larga, Michoacán.
La orilla de la laguna.
Nuestro paisaje en medio de la crisis.
Maribel y yo cediendo al lente de la cámara
El paisaje desde la lanchita
Maribel intentando retomar la dirección
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