En Guanajuato comes con 20 pesos.
Bajando del callejón de la Alameda, justo en la Plaza del Baratillo -que por cierto, le hace honor a su nombre-, se ubican los famosos "Botes".
Se trata de un puesto ambulante en forma de "L" que todos los días ofrece un menú mínimo de 30 guisados, caracterizado porque en lugar de cazuelas, la comida se ofrece caliente en cubetitas de plástico.
El menú es apto para todo tipo de cliente: desde diabéticos hasta veganos: igual te sirven arroz rojo, verduras al vapor, chorizo con chile, camarones guisados, garbanzos, espinazo, chiles rellenos, milanesa de res o pollo, mole, capirotada, agua de limón, tortillas...
Además de la variedad, los botes ganan fama por su precio. Con 5 pesos puedes comprar casi cualquier guisado (excepto carne), que equivale como a dos cucharadas muy decentes de lo que pediste.
Hoy, por ejemplo, comí con 20 pesos espagueti, nopales, salchichas y pollo guisado.
Para el costo del platillo, el sazón es aceptable. Digo, no esperaba encontrar el sabor del caldo de pollo que cocina mi papá, ni la sopa de arroz de mi mamá, pero al menos sentí que mis 20 varos valieron la pena.
Eso sí, si uno decide ir, lo que le falte de dinero es directamente proporcional a lo que debe sobrarle de tiempo, porque la espera mínima es de media hora; margen suficiente para resolver el dilema de lo que pedirás entre tantas opciones.
Aunque ya me considero clienta frecuente, los botes no dejan de sorprenderme. Por ejemplo, uno no debe preocuparse por el "quién sigue" de la fila pues una señora está comisionada a entregar fichas hechas con hojas de cuadrícula con el número escrito con pluma. Cada 20 turnos vuelven a empezar la numeración. Hoy me tocó el 17 de la segunda vuelta.
Mientras esperaba, mi admiración continuó cuando conté 35 botes más la charola de los chiles rellenos y tortitas de papa y carne de res. La mezcla de olores es infinita.
El momento "sublime" de la espera, fue cuando el bote de la sopa de arroz solo le quedaban unos cuantos granos. Al percatarse, uno de los despachadores, sacó una bolsa de plástico como de 2 kilos en los que vació el contenido llenando otra vez la cubetita.
Dicen los capitalinos que "los botes" han alimentado a generaciones de estudiantes y a un sin fin de Godínez (como yo), que con tal de estirar la quincena, se convierten en clientes asiduos. No lo dudo.
Los botes son un misterio. Entre los compañeros a veces nos hemos preguntado a qué hora se despiertan a preparar todo eso, o si son muchas cocineras repartiéndose tanto alimento, cómo será la cocina donde lo hacen, o si congelan todo eso para luego dosificarlo el resto de la semana. Quién sabe. Esa posiblemente sea otra historia digna de documentar.
Bajando del callejón de la Alameda, justo en la Plaza del Baratillo -que por cierto, le hace honor a su nombre-, se ubican los famosos "Botes".
Se trata de un puesto ambulante en forma de "L" que todos los días ofrece un menú mínimo de 30 guisados, caracterizado porque en lugar de cazuelas, la comida se ofrece caliente en cubetitas de plástico.
El menú es apto para todo tipo de cliente: desde diabéticos hasta veganos: igual te sirven arroz rojo, verduras al vapor, chorizo con chile, camarones guisados, garbanzos, espinazo, chiles rellenos, milanesa de res o pollo, mole, capirotada, agua de limón, tortillas...
Doña botes en acción
Además de la variedad, los botes ganan fama por su precio. Con 5 pesos puedes comprar casi cualquier guisado (excepto carne), que equivale como a dos cucharadas muy decentes de lo que pediste.
Hoy, por ejemplo, comí con 20 pesos espagueti, nopales, salchichas y pollo guisado.
Para el costo del platillo, el sazón es aceptable. Digo, no esperaba encontrar el sabor del caldo de pollo que cocina mi papá, ni la sopa de arroz de mi mamá, pero al menos sentí que mis 20 varos valieron la pena.
Eso sí, si uno decide ir, lo que le falte de dinero es directamente proporcional a lo que debe sobrarle de tiempo, porque la espera mínima es de media hora; margen suficiente para resolver el dilema de lo que pedirás entre tantas opciones.
Aunque ya me considero clienta frecuente, los botes no dejan de sorprenderme. Por ejemplo, uno no debe preocuparse por el "quién sigue" de la fila pues una señora está comisionada a entregar fichas hechas con hojas de cuadrícula con el número escrito con pluma. Cada 20 turnos vuelven a empezar la numeración. Hoy me tocó el 17 de la segunda vuelta.
Mientras esperaba, mi admiración continuó cuando conté 35 botes más la charola de los chiles rellenos y tortitas de papa y carne de res. La mezcla de olores es infinita.
El momento "sublime" de la espera, fue cuando el bote de la sopa de arroz solo le quedaban unos cuantos granos. Al percatarse, uno de los despachadores, sacó una bolsa de plástico como de 2 kilos en los que vació el contenido llenando otra vez la cubetita.
Dicen los capitalinos que "los botes" han alimentado a generaciones de estudiantes y a un sin fin de Godínez (como yo), que con tal de estirar la quincena, se convierten en clientes asiduos. No lo dudo.
Los botes son un misterio. Entre los compañeros a veces nos hemos preguntado a qué hora se despiertan a preparar todo eso, o si son muchas cocineras repartiéndose tanto alimento, cómo será la cocina donde lo hacen, o si congelan todo eso para luego dosificarlo el resto de la semana. Quién sabe. Esa posiblemente sea otra historia digna de documentar.
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