Desempolvando
documentos encontré mi título de licenciatura. Por estas fechas cumplí 10 años
que terminé la universidad.
Una década de
dejar temporalmente las aulas, tiempo en el que no te cae el 20 de que ya eres
adulto y que la sociedad espera que hagas algo con los cuatro años que le
invertiste a “profesionalizarte” o mínimo, a desquitar las colegiaturas.
Pertenezco a la
generación 2004-2008 de la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación de la Universidad
de la Salle Bajío. Elegí esta carrera porque quería ser periodista.
Mis papás
apoyaron mi decisión a pesar de que no tenían dinero para pagar la mensualidad,
así que obtuve una beca-finaciamiento de Educafín que prácticamente me permitió
estudiar lo que deseaba y pagar la mayor parte del costo cuando egresé.
Al principio fue
un proceso de adaptación difícil porque a la mayoría de mis compañeros sus
papás no tenían problema en solventarles la carrera y para al menos el 70%, su única preocupación
era básicamente estudiar (y organizar fiestas).
El primer semestre mi papá me daba 20 pesos diarios que administraba entre pagar el camión de ida y vuelta, sacar copias de libros y si tenía suerte, comprar algún dulce o antojo entre clases.
El primer semestre mi papá me daba 20 pesos diarios que administraba entre pagar el camión de ida y vuelta, sacar copias de libros y si tenía suerte, comprar algún dulce o antojo entre clases.
Conseguí un
trabajo de medio tiempo en un ciber café donde me pagaban 800 pesos a la semana.
En ese entonces me parecía un buen sueldo pues ya me alcanzaba para comprar
eventualmente ropa o adquirir los libros de inglés. Meses después el dueño
cerró y mi mamá me sugirió vender dulces, negocio que resultó ser altamente
rentable, pues siempre traía dinero, pagaba mis gastos diarios y de paso me
permitió conocer a compañeros de otros salones.
Para la mitad de
la carrera llevé una de mis materias favoritas: “Géneros periodísticos”. La impartía
uno de mis profesores más estimados y queridos: Cuco Pedroza, quien al final
del semestre me invitó a colaborar en el periódico El Heraldo, donde en ese
entonces él era jefe de información. Gracias a Cuco tuve mi primer acercamiento
laboral y profesional en el sitio en el que soñé estar desde la secundaria.
Ahí colaboré
nueve meses. Mi único (pero muy preciado) incentivo, era que publicaran las
notas que reporteaba.
De ahí brinqué
al Periódico Al Día, mi primer trabajo oficial donde ejercí la comunicación, y
además, mi fuente de ingresos durante el último año de la licenciatura. En Al
Día comprobé las palabras de García Márquez de que
“Aunque se sufra como un perro, no hay mejor oficio que el periodismo”.
Después de un examen por ahí del tercer semestre.
Recuerdo los dos
últimos semestres de la universidad como un tiempo especialmente complicado. Por
el trabajo nunca pude llegar a la clase de las 3 de la tarde los viernes, me
salía a redactar notas pendientes al cibercafé y gracias a mis amigos (apodados
Los Bizcos) saqué buenas calificaciones en todos los proyectos finales, a pesar
de que no podía hacer tareas y les ayudaba en lo que podía. Mi tiempo se
distribuía en entregar notas, ser jefa de grupo y ayudar a organizar la
graduación. (no sé cómo lo hice).
Dormía poco,
bajé 10 kilos, no comía a mis horas y los sábados y domingos eran como
cualquier otro día, porque en Al Día descansaba los lunes.
Pero a la par de
ese tiempo, el periódico me permitía conocer mi ciudad, sus realidades
extremas, la forma en que un cerro separa la ostentosidad de Gran Jardín de la
miseria de Las Joyas, tuve mi primer acercamiento con la clase política y de paso
con las injusticias que sufren los pobres: vi una niña muerta atropellada por
un camión urbano y la desesperación de sus papás; entrevisté a uno de mis
escritores favoritos, Armando Fuentes Aguirre “Catón”; cubrí la lucha libre
amatéur, el beisbol, a la porra del León cuando soñaban con volver a primera, y
de paso, conocí a grandes amigos que conservo, admiro y quiero mucho.
Frecuentemente
tenía la sensación de ser una estudiante poco común, a veces creo que hasta
aburrida. Mis papás difícilmente me daban permiso de ir a fiestas y si me lo
daban, no tenía dinero ni coche; cuando mis ingresos mejoraron, no quería
desvelarme porque al día siguiente tenía que trabajar. Eso es quizá lo único
que lamento haberme perdido en mi época de estudiante.
En el examen de Cine en el 8avo. semestre
Desde hace 5
años aproximadamente, por invitación del profesor Cuco Pedroza, regreso dos o
tres veces por año a la universidad a compartir un poco de mi experiencia
laboral con los estudiantes. Aunque siempre es un gusto volver a las aulas, inevitablemente
siento nostalgia del tiempo en el que la energía y emoción de los veintes
sobrelleva cualquier cosa: escucho las risas, la simpleza, el desenfado,
incluso también la apatía. Cada año eso me empuja a analizar lo que desde mi
experiencia puedo compartir y aportar a los alumnos del presente.
Cuando voy, sigo confirmando que, aunque es difícil, trabajar y estudiar te
da suficientes armas. Para mí, el periódico es y ha sido un trampolín en mi
vida laboral y de lo cual estoy eterna y profundamente agradecida.
Diez años después,
la realidad ha cambiado. Además de que mi ejercicio profesional se modificó, pues
por convicción decidí dejar los medios, he visto cómo la comunicación desde el
punto de vista mediático ha avanzado brutalmente: los canales digitales cambian
aceleradamente, los mensajes también, los públicos son abismalmente distintos… y
eso nos coloca ante nuevos retos que como profesionistas nos alejan de la zona
de confort.
Hace una década muy
pocos tenían computadora portátil, los celulares sólo servían para hacer llamadas,
enviar y recibir mensajes; ni en sueños había internet en los salones ni en los
smartphones y el Facebook apenas
empezaba a sonar cuando ya teníamos puesta la toga y el birrete.
A mí me urgía
salir de la universidad porque el trabajo en el periódico demandaba estar de
tiempo completo, pero una vez que terminé, me di cuenta de que vivir la
universidad es una oportunidad que con dificultad vuelve a ocurrirte.
Generación 2004-2008 Encuéntrese.
Con la rapidez
de los cambios, a veces creo que he hecho poco, también me
cuestiono en qué le he abonado a través de mi profesión, a la sociedad o a mi
entorno. Tengo la sensación de que no ha sido suficiente, pero lo que es cierto
es que la universidad fue el comienzo de empezar a definir el rumbo de mi vida
y creo que mientras estuve ahí nunca estuve tan consciente de eso como ahora.
A una década de
egresar Noemí, Mimí o Gomita (mi apodo universitario) ya no es la misma. Cuando
tenía 21 años pensaba que a los 30 quería casarme y posiblemente tener hijos. Hoy
tengo 31 y mi proyecto de vida se ha replanteado, a veces más pesimista (o
realista), disfruto de la libertad que significa la independencia y la soltería
(con todo lo que también implica), acompañada del aderezo de ejercer mi
profesión al 100%
Estoy orgullosa
de cumplir una década de ser comunicóloga y prevalece en mí el agradecimiento a
todas las personas que lo hicieron posible: a mis papás, hermanas y hermano, a las
(os) profesoras (es), a mis compañeras (os), amigas (os), a Don Jalil por
alimentarme en tiempos difíciles, a quienes no creían que la comunicación era
una profesión, a quienes aseguraban que “moriría” de hambre o que terminaría
dando clases (profesión que también es muy digna)… a todas y todos ¡GRACIAS!
Espero y deseo
que esa motivación, los sueños y objetivos que tenía cuando llegaba a tomar
clases con pantalones acampanados, se sigan concretando y poniendo en alto esta
bonita y competida profesión.
Porque al final,
TODO lo vivido ha valido la pena.
INDIVISA MANENT (Lo unido permanece)
FIN
El día de la graduación
Con Los Bizcos, en nuestro reencuentro un año después de terminar.
En la primera reunión del reencuentro (y casi única).
Otra con Los Bizcos, varios años después.
En la segunda reunión del reencuentro.
Acto académico, junio 2008.
Añitos después.
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