Facebook me
recordó hoy que un mal momento siempre (y cuando digo siempre es SIEMPRE), es
pasajero.
En mi página de inicio
aparecieron unas imágenes que me tomé hace un año en Zacatecas.
En esa ocasión, tenía unos días
de haberme quedado sin trabajo por primera vez desde que incursioné en el mundo
laboral. Así que decidí pueblear aprovechando el tiempo libre.
Aunque por un
lado agradecía que el desempleo le había regresado mucha salud mental a mi vida,
en mí predominaba la incertidumbre. Tenía muchas dudas e inquietudes del rumbo
que tomaría a partir de ese momento.
Recuerdo que
visité la mina El Edén, la más famosa del pueblo, y a pesar de salir enamorada
del sitio y orgullosa por vencer mi claustrofobia, la energía no me alcanzó para
quedarme en el bar que había ahí adentro. No traía ganas y me faltaba
motivación.
Al día siguiente desperté en el hotel antes que mi alarma y salí a
correr por las calles del centro sin rumbo (qué simbólico). Terminé mi sesión,
como de costumbre, con altas dosis de endorfinas invadiendo mi ser, así que entré
al restaurante Acrópolis en el Centro Histórico, donde pedí un café americano, un
plato de melón y elegí la vista más bonita para ver las calles zacatecanas.
Agradecí ese
momento de pausa, pero al mismo tiempo sentía mucha nostalgia. Me hacía
demasiadas preguntas sin respuesta y no hallaba mi lugar. ¿Qué voy a hacer
ahora? ¿A dónde voy? ¿Cuánto tiempo estaré así? ¿Por qué me pasó a mí? Eran algunas
de las dudas que me agobiaban.
Pasaron un par
de semanas y empecé a moverme, la familia y mis amigos, me manifestaron su
apoyo, sus consejos me impulsaron a buscar… y encontré. Y lo que hallé
fue lo que menos me hubiera imaginado: me implicó un cambio de ciudad, de casa,
de circunstancias, de las que hablé en un artículo en mi blog.
No ha sido
fácil, ¿quién dijo que lo sería? Pero recuerdo que ese día en aquél café con la
mirada un poco perdida y las mejillas rojas después de la rutina de ejercicio, pensaba
una y otra vez qué iba a ser de mi vida sin trabajo.
Después de darle tantas vueltas, pasó por mi mente las palabras del Erich Fromm, pensaba si en ese momento había centrado mi energía en lo que tenía y me olvidé de que, lo que realmente importaba, era lo que yo era.
Mentiría si digo
que ahora todo es miel sobre hojuelas. No. Pero son justo esos detalles los que le dan sabor al caldo. Me encuentro en un lugar donde
me gusta lo que hago y todos los días aprendo algo nuevo.
Ese mal sabor de boca
que pasé hace poco más de un año que me hizo conocer el desempleo, me enseñó
más de lo que me hubiera imaginado, incluso con las personas que me sentía tan enojada
descubrí que aunque no las quiero en mi vida, inevitablemente son parte de
ella, pues también me dejaron una enseñanza (no más no se lo digan a ellos).
Aquél acontecimiento
me motivó a cambiar en muchos aspectos, a reconocer que hay cosas en la vida
que no estoy dispuesta a negociar, una de ellas es que no podría dedicarme a
algo que no disfruto. Comprobé que eso es morir un poco todos los días.
Después de aquél
episodio volví a encontrar personas únicas que puedo considerar amigos, incluso
familia, a los que no sé cómo pagarles.
Hoy después de
ver esas esas imágenes de Zacatecas agradezco aquello que me sucedió, porque
definitivamente, si no fuera por esa visita temporal de incertidumbre, pero también con algo de paciencia, fe y motivación, me hubiera perdido la oportunidad de recibir todo lo bueno que
me regala este precioso presente.
FIN.
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