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Una "vela" de 90 años


Mi abuelita Rosita tiene casi 90 años de ser como una vela.

Se llama Rosa Pérez Soria y nació en Numarán, Michoacán. Sangre purépecha, de raíces profundas.

Morena, de complexión robusta, cabello chinito y de alrededor de 1.50 de estatura. A pesar de que no fue a la escuela, desde que tengo uso de razón la recuerdo como una mujer fuerte por dentro y por fuera. Mamá de 10 hijos, que educó junto con mi abuelo Serapio Álvarez (q.e.p.d.).

De voz dulce, pero al mismo tiempo imperativa; de una mujer que reconoce su autoridad y liderazgo.

Durante muchos años, doña Rosita hizo el mejor mole, frijoles, sopa de arroz, tamales, buñuelos y tortillas que he probado en mi vida.

A cualquier persona que entraba a su casa, le ofrecía un taco, de lo que tuviera. Y si no tenía, se ponía a cocinar.

Mi papá cuenta que de niño, mi abuelita le salvó la vida. Él sostenía una escalera a mi abuelo mientras don "Sera" pegaba unos ladrillos. De repente y sin explicación, Rosita, le exigió a mi papá que se quitara para tomar su lugar. En cuanto ella tocó la escalera, un ladrillo le cayó directo en la cabeza que le provocó un tambaleo.

Foto: Mi abuelita Rosita con mi abuelo Serapio y sus hijos durante sus bodas de oro. (1995)

"A mí eso me hubiera matado" dice mi papá cada vez que relata el hecho, las mismas veces que me sigue sorprendiendo escucharlo.

Hace algunos años, mi abuelita le enseñó a mi hermana Miriam a azotar la masa para preparar tamales, cuando la Miris intentaba ayudarla con unos movimientos debiluchos. Todavía se acuerda de la potencia en sus brazos al aventar varios kilos de masa como si se tratara de papel.

Este año, a mi abuelita le diagnosticaron una enfermedad que día a día la disminuye física y mentalmente.

Ayer la visitamos. En mi caso confieso que después de varios meses de no hacerlo.

Me asombró verla. Con la cabeza agachada, delgada, callada y con una mirada distinta. De pronto parecía una niña indefensa.

Pudimos escucharla y hablar con ella, incluso hizo un par de bromas. Intercambiamos risas, parecía contenta. De pronto su sonrisa me recordó que esa fuerza permanece ahí, de diferente manera, pero no se ha ido.

Salí de su casa con sentimientos encontrados.

Mi tío Ricardo me dijo que mi abuelita era como una vela que se consume mientras da, mientras ilumina. Y tiene razón.


Foto: Mi abuelita Rosita en Nochebuena

Es inevitable ver el paso del tiempo, el ciclo de la vida recordándote que no eres eterno, que estamos de paso, que el presente no es casualidad, que vienes al mundo a hacer algo por alguien, también por ti mismo, estás aquí por una misión y por algo mucho más grande que tú mismo (yo le llamo Dios).

Ahora, esa fuerza con la que mi abuelita resistió un ladrillo en la cabeza y preparaba los tamales, apenas le alcanza para permanecer sentada en el sillón, para articular algunas frases y darnos unos chispazos de alegría.

Pero esa vela sigue encendida. Sigue iluminando. Su presencia le dió un sentido distinto a la Navidad.
Esa vela es doña Rosita, iluminando desde hace casi 90 años y hasta que Dios así lo decida.

FIN

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