Hoy fue un día caballeroso.
No sé si hay pocos días como hoy, o no pongo atención, pero a lo largo del miércoles, me topé en varios momentos con personas amables.
Por la mañana, camino al trabajo, un señor me abrió paso para poder sentarme en un asiento libre del autobús que yo no había visto.
De regreso a casa, en otro camión repleto, un pasajero me cedió su lugar.
Cuando me bajé de ese colectivo, el chofer de otro camión urbano se detuvo obligando a los autos de atrás a pararse para que yo pudiera atravesar el bulevar. Lo hice con la confianza de que el vehículo pesado era mi escudo.
Foto: tomada el día más caballeroso que quizá haya tenido de extraños.
Para entonces este tercer gesto del día me sorprendió y levanté la mano para agradecerle al conductor.
Por la tarde, salí al súper y al entrar al estacionamiento, un hombre que subía a su coche, a escasos metros de la puerta, me chifló para avisarme que iba a salir, para que yo pudiera ocupar ese lugar.
Con una sensación de bienestar, ingresé a la tienda y compré un par de cosas. Las filas de las cajas me desanimaron: carritos repletos de despensa y yo sólo llevaba dos productos.
El cliente que me antecedía en la línea me preguntó: "¿Solo va a pagar eso? Le contesté que sí y añadió un angelical "pásele".
Después de escucharlo parecía que oía voces de querubines caídos del cielo.
Llegué a casa y, para cerrar con broche de oro, recibí el consejo más oportuno del día (y quizá de la semana, el mes, o el año) de una persona a la que le tengo un cariño muy especial. Su diosimensaje me trajo paz.
Qué poderoso es un día así.
Escribo esto sin afán de presunción, sino como una manera de compartir que no recuerdo que antes me haya pasado algo similar, o quizá nunca había puesto atención a los bonitos detalles que pueden ocurrirte en menos de 24 horas, sin esperarlo.
Incluso, tiendo a fijarme más en los acontecimientos negativos, y como si fuera cadena, mientras más lo hago, pareciera que más se repiten.
Hoy me pasó pero con los positivos. Lo digo pensando si esto suena cursi, pero entonces descubro que uno se desacostumbra a verle el lado gentil a la vida, que reconocerlo parece hasta ridículo.
También pienso que esta es una prueba fehaciente de que aún existen personas amables y empáticas.
A quienes me topé hoy, nada les costaba permanecer sentados, ignorarme, o quedarse en la fila para salir más rápido del supermercado; actitudes que me resultan familiares empezando por mí.
Con un poco de incredulidad, llegué a mi hogar y me observé frente al espejo para ver si algún elemento externo había provocado esa cadena de sucesos.
Todo estaba como de costumbre, incluso esta vez noté que olvidé ponerme aretes.
Antes de que concluya este día, por justicia no quiero dejar de decirles a esas personas, a través de este texto, ¡MUCHAS GRACIAS!
Su gentileza tuvo hoy un poder reparador y sanador del alma.
FIN
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