"¿Era la primera vez que se veían y ese día se
comprometieron?"
Le pregunté sorprendida a Celine , una religiosa hindú
amiga de mi mamá, que estaba de visita.
Me contestó afirmativamente con su acento peculiar, en un tono muy
seguro.
Mientras, deslizaba su dedo por la pantalla del celular para enseñarme
la foto de su sobrina menor de 25 años, que posaba junto a un chico de la misma
edad, durante su ceremonia de compromiso en Tamil Nadu, India; el mismo día
que, efectivamente, era la primera ocasión que la pareja cruzaba miradas.
Luego me explicó que en la India, independientemente de la religión (su
familia es católica), los padres de los novios acuerdan los matrimonios sin
consentimiento de los hijos.
Es decir, sin oportunidad de que conozcas al que será tu compañero para
toda la vida (porque allá el divorcio no es común); no hay ni un “caliz” para
ver si hay química.
En pocas palabras, si no te gustó tu prometido, ya te
amolaste. Como casarse a ciegas.
Pero la hermana Celine, me aclaró que la visión del hindú es diferente a
la mía.
"Para los muchachos (hindúes) ‘Dios me ha dado el marido’, ahora ya pueden expresar un poco si no tiene educación el otro, por ejemplo, pero al final los papás deciden”, me dijo.
La pareja hindú el día que se comprometieron, el mismo que se conocieron.
Esa plática me dejó pensando en lo valiosa que es la diversidad, y por tanto, el respeto
a las diferencias en cualquier aspecto de la vida de los otros.
Habitamos el mismo planeta, y para lo que una cultura significa una amenaza a tu libertad, para otra es tan ordinario como hablar del clima.
El episodio me sembró la curiosidad de conocer más la cultura hindú, y días
después, volví a platicar con Sor Celine. Su historia me emocionó.
Salió de su casa hace 20 años y viajó más de 15 mil kilómetros para
llegar a México, a donde su congregación la envió a misión por tiempo indefinido
al convento de Oaxaca y luego a León. No hablaba ni entendía el español y
paradójicamente, su única certeza era no saber si volvería a la India, y con suerte, ver a su familia.
Adaptarse le costó dolores de cabeza mientras aprendía el idioma, la
comida mexicana le parecía insípida y no terminaba de comprender nuestras
costumbres.
"Antes pensaba cómo podían casarse y dejar por otra mujer, pero aquí en México me decían que cómo en la India los papás buscan los maridos a las mujeres", me dijo entre risas.
Después de ocho años de vivir en México entendió que aquí se baila en
las fiestas, que uno elige con quién casarse, que el divorcio es usual y que nos
encanta la pachanga, cueste lo que cueste.
"Yo veo que los mexicanos quieren disfrutar la vida en el presente. Antes me preguntaba por qué gastaban en fiestas y luego piden prestado".
Sor Celine me platicó parte de su vida, en vísperas de regresar a la
India a vivir, después de dos décadas de misión en México; tiempo en el que
murieron sus padres y dos de sus hermanos.
En 20 años, solo visitó tres veces su tierra natal. Alegrías y
tristezas las vivió a miles de kilómetros de distancia.
Sor Celine durante la entrevista.
Es posible que cuando escribo esto, la hermana esté más cerca de llegar
a su país, pues el viaje duraría tres días cambiando de aviones, trenes y autobuses.
El día que platicamos noté un leve nerviosismo por su regreso a la
India, y no es para menos. Me confesó que se encariñó con México, hizo una
nueva familia, amigos y descubrió que la comida mexicana es deliciosa.
Hoy siento admiración por sor Celine. Ella también llegó a México a ciegas, como la boda de su sobrina, sin conocer casi nada y a nadie.
Con el tiempo se enamoró del país. Consiguió adaptarse a un
país diferente, a una forma de pensar abismalmente distinta, sufrió la muerte de sus seres queridos con el peso
avasallador de la distancia, sin poder abrazarlos y sentirlos presentes.
No sé si yo podría soportar algo así.
“Al principio no soltaba mi cultura pero poco a poco me fui soltando y entonces empecé a tener un agradecimiento de esta tierra que me está sosteniendo, me está alimentando, pensaba en que tengo que admirarla, aceptarla y empecé a quitarme prejuicios”, asegura.
Celine Pakiannathan mostrando el Nacimiento que realizó en la capilla.
Yo creo que esta mujer tamil y en general la cultura hindú es un ejemplo de lo que significa la aceptación.
Aclaro. Eso no quiere decir que a mí me gustaría que me eligieran al marido, sin embargo escucharla me hizo comprender el tema de los matrimonios
“arreglados” y de lo relevante que es recibir y aceptar lo que vives todos los días, especialmente lo que no está en tus manos cambiar.
Días después de pisar tierras hindúes, Sor Celine asistirá a la boda de
su sobrina, me gusta pensar que aunque allá no habrá baile, disfrutará ese
momento por todos los años que estuvo ausente.
"Seré misionera a donde quiera que vaya. Me duele mucho dejar esta tierra en la que quería morir aquí, pero Dios tiene otros planes para mí", dice con sus ojos profundamente obscuros.
Le agradecí el tiempo que dedicó para contarme un poquito de su
historia, se mostró agradecida también por el interés. Nos dimos un abrazo y
nos despedimos.
Adiós sor Celine, espero visitarla pronto.
குட்பை
(Adiós en lengua
tamil, la de sor Celine)
FIN
La hermana Celine con parte de la familia unos días antes de partir a la India.
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