El resumen de estos días es que en esta ocasión, opté (sin saberlo), por consentir a mis sentidos. Después de recorrer la cava de Freixenet, disfrutamos una cata de vinos. Durante más de media hora me la pasé salivando por la astringencia del vino tinto, las burbujas del vino espumoso y el disfraz de amargura que tiene el vino blanco.
Foto: Entrada a la cava de Freixenet.
Salí de ahí con las mejillas ruborizadas, un paquete de vinos muy digno para disfrutar en Navidad y recibir el Año Nuevo, e inevitablemente más sonriente y relajada de lo que llegué.
Gozamos de la tranquilidad que ofrece Tequisquiapan, un elote, comida barata y rica, ambiente pueblerino y cerveza artesanal.
Foto: El inicio de la experiencia sensorial
En Bernal me delité con el paisaje natural sobre una piedra a 100 metros de altitud y le di permiso al viento limpio que hiciera lo que quisiera con mi cabello.
Dejé de quejarme de la escalada y el esfuerzo a mi corazón que representó subir, cuando vi a una pareja hacerlo descalzos y a una familia de indígenas con zapatos de plástico y acompañados de niños y niñas.
Foto: Abraham con vista espectacular de Bernal.
En Bernal comimos gorditas queretanas, tomamos cerveza de manzana y me metí a un taller de tejido de lana y algodón.
Sigue siendo una experiencia muy enriquecedora conocer otros lugares, probar otros sabores, dejar escuchar el silencio que ofrece un paisaje natural y buscar un equilibrio en los sentidos. Estos días confirmé que la vista solo es una pizca de la realidad y podemos engañar fácilmente a los sentidos si no les ponemos suficiente atención.
Benditas pausas tan necesarias.
Recapitulando: que no se pierda la bonita costumbre de salir del rancho.
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