Me subí al camión más temprano de lo habitual, y ya no había espacio para sentarse. Hasta el fondo, quedaba un escaloncito para pasar a la barra de los asientos del final, así que lo adapté como mi lugar durante los siguientes 15 minutos de trayecto. Apenas cabía. Recién arrancaba el autobús, y unos gritos que parecían de horror, me hicieron percatarme de que en ese sitio que elegí, estaba rodeada de puros niños. Aquellos alaridos provenían de un par de chiquillos acomodados delante de mí, de unos 6 años. Hacían escándalo porque el camión descendió a uno de los túneles de la ciudad obscureciendo el panorama. Cuando salimos de ahí, volvió la luz y pude ver sus caras. Sus voces no eran de miedo, sino de emoción por ese "tenebroso" acontecimiento. Disfrutaban del movimiento cual juego mecánico de la feria. Enseguida, uno de ellos peló los ojos y enseñó sus dientes chuecos. Tenía una cara chistosa. Ambos soltaron una espontánea carcajada que me contagió sin ...
Tiempo de escribir. Blog de Noemí Álvarez.