Me gustan mis hombros
Mi reencuentro con ellos fue en el baño, mientras me lavaba las manos. Me miré al espejo y noté un bronceado que definitivamente no adquirí en mi último viaje a la playa. Tienen un tono morenito diferente, cafecito pero brillante. Absorbieron el sol que me pega cuando salgo a correr. Qué chulos.
Mientras
el agua caía sobre mis dedos no dejé de observarlos y pensaba en cómo a veces
no nos damos cuenta de las cosas que tenemos aunque estén todos los días ahí. Pero
siempre esperan pacientes a ver a qué hora las vemos.
Cerré la llave y me
incorporé frente al espejo. Me pare derechita y no los perdí de vista. Tienen una
forma redondita, que dejan caer el brazo con elegancia. Eso sí, mis hombros no
son pequeños. Los estándares de la belleza contemporánea, dirían que son
hombros de nadadora. Hombros de hombre. Hombros grandes. Aún así yo los veo
como dignos representantes de una mujer de 28 años.
Luego me pongo a
investigar para qué sirven los hombros en el cuerpo. Las conclusiones son
maravillosas. Primero, sigo sorprendida y al mismo tiempo avergonzada de no haber
tenido idea hasta hoy de cuál es su función en el cuerpo. O mejor dicho, de
haberlos ignorado por tantos años. Luego lo que viene es profundo. Los
hombros son un canal. Una conexión. Qué delicia descubrir que los hombros no
solo son la unión del brazo, el tronco y la cabeza. Claro, mis hombros unen mi
hacer, mi sentir y mi pensar. Wow. Que maravillosa conclusión. Qué digo
maravillosa… chingona. La unión de tres partes tan importantes de mi existir y
ni si quiera los había tomado en cuenta. Hombros míos, disculpen semejante
descuido, no merecen que pase un día más sin que los vea y agradezca que además
de que son bonitos, tienen una función espectacular.
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